Desde mediados del siglo XX hasta la actualidad, pocas figuras han encarnado el espíritu del rock mexicano con la fidelidad y ferocidad de Alex Lora. Como líder incansable de El Tri, Lora ha sabido convertir historia y espíritu popular en himnos, sobrevivir a tormentas artísticas y encarnar el mito viviente del rock and roll nacional.
Fotografía: Rafa Salsas
Asistente de foto: Gael Peloso
Styling: Santiago Araico
Muah: Geraldine Hercos
RP: Irma García
Locación: Ex Fábrica de Harina
Entrevista: Aarón Zavaleta



Alex Lora y El Tri
Hablar de Alex Lora es hacer mención del rock mexicano en carne viva. Desde finales de los sesenta, su voz y su guitarra han sido testigos y cronistas de un país en eterna metamorfosis. Con El Tri, la banda que él mismo ha moldeado a lo largo de casi seis décadas, Lora convirtió la rebeldía en un oficio, el caos en disciplina y el ruido en una forma de oración melódica.
El origen de todo se remonta a 1968, cuando formó Three Souls in My Mind junto a Carlos Hauptvogel y Guillermo Berea. En sus primeros años, el grupo interpretaba covers en inglés, siguiendo la corriente anglosajona que dominaba el panorama. Sin embargo, el cambio llegó cuando Alex entendió que su público debía escucharse a sí mismo en sus canciones. “Era importante que la gente entendiera el mensaje de mis rolas en su propio idioma”, recuerda. Así, el inglés quedó atrás, y el rock mexicano encontró por fin una voz con acento chilango, emocional y callejero.
El Rock y Chela
En 1971, Three Souls participó en el mítico Festival de Avándaro, un momento que marcó tanto la historia del rock nacional como la vida personal de Alex: allí conoció a Chela, su inseparable compañera y, como él la llama con cariño, su “domadora”. “Nos flechamos en el 71, en septiembre, y ahora estamos cumpliendo 54 años de novios y 45 de casados; realmente el rock and roll nos unió y ha marcado nuestro camino”, dice. No exagera: su matrimonio ha corrido paralelo a la historia de su banda, una dupla que ha resistido censuras, crisis y mutaciones de la industria.
Para mediados de los ochenta, Lora fundó oficialmente El Tri, nombre que el público ya usaba de manera coloquial. Desde entonces, ha encabezado un proyecto que sobrevive a todas las modas con la misma irreverencia con que comenzó. “El rock and roll es un deporte muy desmadroso y no es muy coordinado; siempre es diferente”, ríe. “Antes de que mi domadora entrara a la jugada, yo aparte de ser cantante, guitarrista, chofer, secre y paño de lágrimas, era también el manager… Ya te imaginarás cómo salía todo: de la chingada”. La incorporación de Celia profesionalizó la banda: ella asumió la dirección, la logística, e incluso terminó subiéndose al escenario. “En una de esas tocadas, las coristas le dijeron: ‘¿por qué no te subes tú también? Te sabes todas las rolas’. Y desde entonces es parte del grupo”.



Aniversario Monumental
Ese caos organizado se tradujo en una carrera que no ha dejado de moverse. “Nunca es igual un día para mí”, explica. “Ayer estábamos grabando con el grupo Antología de Perú, mañana nos vamos a León… Coordinarlo es un mega desmadre”. Y sin embargo, en ese ritmo frenético hay método: la constancia de un músico que, a sus setenta y pico, sigue afinando la guitarra cada día.
Su calendario gira siempre alrededor de una fecha clave: el 12 de octubre, el “Día de la Raza Rockanrolera”, cuando ofreció su primera tocada en 1968. Desde entonces, cada aniversario se celebra con un concierto monumental. Este año, el festejo ha sido doble: los 57 años de El Tri y los 40 años del primer disco firmado con ese nombre. “Hicimos tocadas el 12 y 13 de octubre en el Auditorio Nacional, con la Orquesta Sinfónica Esperanza Azteca y la batuta del maestro Salgado. Se llamó El Tri simplemente sinfónico. Fueron unas tocadas históricas”.
La Ética del Rock
A lo largo de su carrera, Lora ha entendido el rock como un oficio que no da tregua. “Nosotros nunca hacemos afters”, explica con ironía. “Cuando terminamos, gracias a Dios ya tenemos otra tocada en chinga. Si hiciéramos after, estaría cabrón llegar a la que sigue. Mejor dormimos y llegamos bien a la próxima”. Esa ética del trabajo que mezcla de devoción y terquedad explica la vigencia de una banda que ha sobrevivido a dictaduras culturales, a la censura y a los algoritmos.
Su proceso creativo también se rige por el azar. “Normalmente tengo rolas inventadas, con mi música y tonada, pero en algún momento, viendo una película o viajando, me cae el veinte y digo: este cotorreo le queda a esa música. No hay un proceso determinado. En el momento dices: ‘No te preocupes, no pasa nada, algún día a todos nos va a llevar la chingada… y si quieres vivir días felices, hazte pendejo y no analices’”. Detrás del humor y la irreverencia, late una lucidez brutal: Alex ha hecho del sarcasmo una forma de filosofía popular.



Sueños y Reconocimientos
Esa mezcla de desenfado y disciplina lo ha llevado más lejos de lo que alguna vez imaginó. “Cuando empecé a rockanrolear mi mamá me decía: ‘De músico te vas a morir de hambre’. Y yo le decía: ‘sí, pero la música me llama’. Por eso siempre digo que el rock and roll es un deporte, es mi deporte favorito”. Años después, ese “deporte” lo condujo a recibir la Medalla Florida del Inca Garcilaso de la Vega en Perú, el Grammy a la Excelencia Musical, varios premios más en México y Estados Unidos, y el reconocimiento de sus pares como Gran Maestro de la Sociedad de Autores y Compositores. “Ni en mis más húmedos sueños pensé que todo eso iba a suceder”, admite con asombro sincero.
Más allá de los homenajes y las sinfónicas, su música sigue siendo un espejo de la calle: el ruido de los negocios, la furia de los transportes, la carcajada que sobrevive a la tragedia. Por eso, cuando Alex dice que “la raza con su energía te prende”, no es una metáfora.
Rock como Destino
Entre más historias incansables de un personaje protagónico de la música, Alex Lora se mantiene fiel a su credo: el rock como destino, como oficio y como resistencia. “Siempre voy con mi guitarra”, dice. “Según lo que estemos platicando, te puedo cantar el pedazo de una rola”. En su mundo, las palabras y los acordes se confunden. Porque para él y para varias generaciones de mexicanos el rock es una manera de sentir y de no rendirse. Por eso, “¡que viva el rock and roll!”.



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