A veces uno va al teatro sin esperar nada. Y de pronto, ocurre. Te vuelves niño otra vez.


Slava’s Snowshow: cuando el silencio habla y la risa salva
Eso me pasó con Slava’s Snowshow, la creación del maestro ruso Slava Polunin, ese ser de otro mundo que decidió convertir la melancolía en espectáculo y el silencio en lenguaje universal. Entré al Teatro Hidalgo con la mente cansada, los sentidos aletargados por la rutina, pero salí flotando, riendo y con el corazón en la garganta. Lo que presencié fue algo que no se puede explicar del todo: una obra que podría no tratar de nada, pero en realidad lo abarca todo.
Desde el primer momento, el escenario se convirtió en un territorio onírico. Un universo blanco, minimalista y lleno de posibilidades, donde habita un clown de amarillo intenso que parece estar tan perdido como nosotros. El arte del clown, llevado aquí a su expresión más pura, no busca la risa fácil, sino el estremecimiento del alma. Lo que Slava propone es un viaje emocional que transita por la ternura, el absurdo, la soledad, la sorpresa y la risa de lo cotidiano.
Los personajes no hablan, pero dicen más que mil palabras. Cada gesto, cada tropiezo, cada mirada al vacío, está cargado de humanidad. Aquí no hay trucos de guion, ni tramas sofisticadas: hay cuerpos entregados al juego, al error, a la espontaneidad como forma de verdad escénica, la cual incluso se desborda físicamente hasta los asistentes sentados en su butaca. A través esto, recordamos cómo era mirar el mundo con asombro, cómo era temerle a la oscuridad o abrazar a un amigo imaginario.




Slava nos recuerda que la risa también puede ser una forma de resistencia, y que la inocencia no es ingenua, sino profundamente sabia”.
Me dije mientras veía volar las burbujas gigantes sobre el público.


La tormenta: un acto de redención colectiva
Y entonces sucede: la tormenta. Una tormenta de nieve que no es solo un efecto escénico, sino un acto de redención colectiva. Trato de recordar la última vez que la piel se me erizó y los cabellos se me llenaron de energía, pero no tengo un referente fresco en la memoria. El teatro entero se vuelve una nevada viviente, y yo, que creía haberlo visto todo, me encuentro abriendo los brazos al aire, atrapando copos ficticios como si fuera lo más importante del mundo. En ese momento entendí que esta obra no se trata de entender, sino de sentir. De permitir que el juego nos atraviese.
Cada escena de Slava’s Snowshow es una viñeta poética, a veces absurda, a veces desgarradora, pero siempre humana. Los sueños y los miedos más íntimos aparecen en escena sin avisar, como si los hubieran sacado de debajo de nuestra cama, donde muchas veces solo vivió el zapato izquierdo de ese par de tenis que perdí por meses. Lo que parecía una simple carcajada, se transforma en un reflejo de nuestras emociones más profundas.
El clown no es el que hace reír. Es el que te muestra que puedes reír incluso cuando tienes ganas de llorar”.
Pensé mientras los aplausos no dejaban de sonar.




Un lenguaje universal para volver a ser niños
Slava Polunin no creó un espectáculo: creó un lenguaje universal. Y quienes asistimos a él, por un instante, dejamos de ser adultos, espectadores, habitantes de una ciudad, para convertirnos en niños, en cómplices, en soñadores.
Slava’s Snowshow no se explica. Se vive. Se respira. Se guarda en un lugar cálido del alma. Y sí: cuando salí del teatro, el mundo era el mismo, pero yo sigo sintiendo aquella emoción vibrante del último acto.

